jueves, 28 de julio de 2011

Animismo en el paganismo de hoy

Según Gailyn Van Rheenan el animismo es “la creencia que seres espirituales personales y fuerzas espirituales impersonales tienen poder sobre los asuntos humanos y que, por ende, los humanos tienen que descubrir cuáles seres y fuerzas les estén impactando para que puedan determinar acciones futuras y, frecuentemente, para manipular la fuerza de ellos” y puestas así las cosas parece válido preguntarse cuánto hay de animismo en el paganismo de hoy y cuán legítimo es entender la brujería bajo esta denominación.

Es necesario antes precisar que los antropólogos y filósofos de la religión están de acuerdo en que probablemente la mayoría de las primeras manifestaciones religiosas entre los seres humanos tuvieron un carácter animista. De hecho parece inevitable que así sea. El fenómeno religioso parece incluir desde el principio y de forma espontánea la creencia de que se interactúa con entidades que están detrás del mundo visible y que ellas, así como las personas, tienen roles y poderes específicos. El mundo visible estaría sostenido por entidades espirituales invisibles. El rito haría precisamente que esas entidades ocultas se manifiesten. Todo estaría regido por este gobierno espiritual.

Ahora bien, suponer que el mundo oculta una unidad divina subyacente y que cada cosa del mundo posee un ser espiritual no es, evidentemente, lo mismo que estar convencido que una cohorte de seres variopintos y multifacéticos, benignos o malignos, están entre la divinidad y nosotros jugando un juego oculto de poderes enfrentados. Un drama cósmico entonces del que sólo somos espectadores y a veces hasta víctimas.

En cualquier caso una creencia así no pasaría de exótica o folklórica si no involucrase graves consecuencias éticas y morales. Todo “maniqueísmo” del bien y mal oculta un riesgo insalvable: Poner en cuestión la libertad humana. La creencia en cualquier lucha sagrada entre la luz y la tiniebla acarrea como consecuencia que el hombre participa del bien y del mal a expensas de su voluntad: Se creerá que el hombre ha sido creado con un germen de mal que debe amputar a fuerza de ascetismo y represión de sus pasiones o bien se tendrá la convicción ingenua de que por algún divino arte unos pocos han sido apartados del mal desde el principio y son ya desde siempre un pequeño dios. El punto álgido aquí es que no se es libre para hacer el bien por uno mismo o bien se está ya por encima del bien y del mal. En otras palabras o no somos libres en sentido estricto o poseemos una libertad omnipotente que nos permite incluso intervenir en el querer divino. Ambos extremos lo que ponen en cuestión de este modo es nuestro propio talante espiritual y la relación que este tiene con el carácter imputable (nuestra responsabilidad) de nuestros actos.

A mi parecer la creencia en “seres espirituales personales y fuerzas espirituales impersonales” entraña precisamente este vicio y pone al hombre en una falsa disyuntiva: o se está arrojado a la fatalidad del arbitrio de estas fuerzas que pueden afectarnos e incluso dañarnos si no sabemos contrarrestar sus influjos o se está gracias a un saber iniciático capacitado para dominarlas y ponerlas a nuestro servicio. Así un cierto culto podría “comprar el favor” de un dios al punto de poder hacerlo actuar según nuestro querer o una ofrenda podría apaciguar aquellas fuerzas que sin querer o poder evitarlo se han desatado en nuestra contra por capricho divino.

¿Pero qué dios/a podría ser aquél al que se puede manipular? ¿No va esto en contra de la misma idea de lo divino? ¿O que dios/a es aquel que engendra a los hombres para dejarlos a merced del choque de fuerzas de una batalla espiritual más allá de su poder y/o de su conocimiento? Un dios/a no necesita nada para ser el que es, menos aún “alimento” en forma de ritos o devociones; si me consagro al dios es para celebrarlo, para honrar su amistad conmigo, para hacerme parte consciente de su ser mayor y para encontrarle con más intensidad dentro de mí.

Concebir el culto pagano como una “transacción” en la que aplaco la ira de un dios/a con ofrendas o gano su favor y su protección con plegarias no es menos burdo que hacer mandas o pagar diezmos. Creer en entidades “menores” no es menos absurdo que creer en “santos” o en “almas en pena”. No es necesario creer que el agua posee un ondina o hada dentro suyo para celebrarla como un don divino. O que la energía sanadora de un cristal proviene de un “deva” que le subyace y no de su maravilla misma como ser natural milenario. Es cierto que bien y mal están en el dios/a pero aquí bien y mal no son valores morales o personificaciones de algún tipo; son la generación y la destrucción que está presente en todas las cosas manifestaciones de equilibrio que une y mueve el devenir del ciclo vital universal. El dios/a no está más allá del mundo emanando una reunión infinita de formas y entidades jerárquicamente ordenadas y enfrentadas en dos bandos: la luz y la tiniebla, la maldad y la bondad. Lo divino es inmanente al mundo mismo y precisamente por eso es sagrado.

Por Herodías